domingo, marzo 25, 2007

Death in the platform






Muerte en el andén

Me venía materializando recién salido desde un muro mohoso en el subway de “NYC”.


Bruce Willis esperaba pegado al piso lustroso el siguiente tren hacia “Central Park”, mientras, disfrutaba unas bocanadas profundas de su “Pall Mall”.


Su gabardina se agitaba con el viento que salía a borbotones de una de las salientes del negro túnel, haciéndolo ver con aire impetuoso y rudo.


Sus hombros recogidos hasta los testículos por el frío reinante no le sacaban ni una puta sonrisa.


Traía consigo una pobreza abismal al parecer por no poseer muchos amigos.


¿En realidad que más me podía importar a mi?, si yo, en realidad venía por otro asunto mucho más oscuro, y perverso.


Como un gato a media noche y al acecho me acerqué temiendo que me notase y, con el corazón magullándolo casi en la salida de mi boca ya agria, me contuve.


Nadie pude lograr apreciar, que viese la figura invertida en aquel acto.


De pronto toque su hombro con firmeza fiera, nerviosa, transmitiéndole por puro gusto un temblor frío e intenso y sepulcral hacia su envalentonada existencia “hollywoodense”.

Se giró con lentitud posera y de cámara, acción.

Del mismo modo su mirada recorrió mi figura asesina; ésta era segura y altiva, al saber del secreto beneplácito de su “amigo”… Nada más y nada menos que, “George W. Busch”.

Su ceja derecha alcanzó rasgos de altivez sobrecogedora sobre la certeza, de dicho “aval”, que merodeaba su mente todo el tiempo.

¿Qué podía hacer yo contra tal fuerza? Me pregunté, en medio de los mares, de la poca fe en lograr mi objetivo.

De pronto y para su sorpresa saqué desde entre mis ropas una fría pistola negra como la noche, dispuesta a fornicar la penumbra con un par de tiros plateados.


La punta gélida del cañón la fui a clavar directamente en su frente. Ya ahora sorprendido cambió su postura, a maricón.


Vi la mueca que brotó espontánea y extasiada desde, no se.


¿Ahora como salvaras al mundo idiota? –Le pregunté con una sorna aguzada y fibrilada desde mi garganta seca por el miedo.


Apreté el gatillo con los ojos cerrados.


Su cerebro se desplazo y fue a dar gran parte de él al mismo muro, que me había visto salir en sombra.


De ese modo como vine me fui.


Pero al final logre por fin darme cuenta, que el sujeto sólo era de yeso y cartón.





Autor: E. C. Flores






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